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Mediante esta Blog aspiramos a ser la voz de los que no tienen voz. Queremos ser una denuncia viva de la silenciada injusticia que sufre la humanidad no nacida. La defensa de la dignidad del ser humano es un asunto de responsabilidad social integral que a todos nos compromete. Hoy mas que nunca, necesitamos trabajar unidos para establecer en la sociedad una verdadera cultura de la vida, en donde por encima de todo, se aprecie y se respete el valor y la dignidad de cada ser humano, desde el momento de su concepción, hasta su muerte natural. Solo mediante este principio, lograremos tener el país que tanto anhelamos y al que tenemos derecho.

Papá por siempre

¿A qué hijo le importa qué profesión tiene el padre? No le importa si su papá es obrero, maestro o gerente de un banco. No le interesa si tiene alguna jerarquía o no, si es famoso o pasa inadvertido. Realmente le importa cómo es su papá. Un hijo rescata de un papá su figura como hombre, su sostén, su guía y, por sobre todas las cosas, el amor que le brinda.

¿Alguno de nosotros recuerda de qué trabajaba su padre cuando tenía, por ejemplo, cinco años? No creo que sean muchos los que puedan contestar a esta pregunta. Pero, sin dudas, recordaremos si, a los cinco años, papá nos llevó a la cancha por primera vez, o al cine, o nos hizo un avión de papel que superó todos los modelos antes vistos o que llegó a tiempo para vernos actuar vestidos de conejitos en el colegio.

La figura del hombre suele asociarse más con la profesión y el desarrollo laboral, que con la vida hogareña. Sin embargo, no hay empresa más grande para un hombre –estoy segura- que la de educar bien y hacer feliz a sus hijos. El corazón no sabe de rangos o puestos de trabajo, sabe de amor y cuidados, de necesidades satisfechas, de tiempo compartido. El niño necesita un papá que lo sujete con su mano fuerte y segura, pero a la vez amorosa; no interesa si en esa mano han quedado las huellas de un trabajo duro o si ostentan un oneroso anillo de sello.

¿Qué recordaremos o recordamos de nuestro papá? ¿Qué valoramos y tenemos en cuenta los hijos? Lo que ese hombre, exitoso o tal vez no, famoso o anónimo, pobre o rico nos dio como padre. Tampoco mediremos lo recibido en términos materiales. Un juguete -en su momento- se recibe como el bien más preciado, pero, con el tiempo, los hijos nos damos cuenta de que el mayor regalo ha sido el amor con que ese hombre compró el regalo o quizás valoremos el esfuerzo que implicó comprarlo o comprendamos el dolor que ha sentido por no haber podido complacer nuestro deseo.

Si nuestro padre es o fue un buen hombre, orgullosos portaremos esa herencia. Por el contrario, si nuestro padre no supo cómo conducirse en la vida y cometió errores, pero nos amó mucho, será este amor el que más peso tenga para nosotros. En este caso, ese amor servirá para perdonar, comprender y aceptar que, tal vez, papá no haya sido un ejemplo, pero igual nos amó y mantendremos un recuerdo piadoso hacia él.

Un papá, para un hijo, significa, por sobre todo, amor, además, seguridad y autoridad. A cierta edad, papá es como un héroe, todo lo puede y lo resuelve, a su lado, no hay temores, estamos seguros. Con el tiempo, la figura del héroe se va desdibujando y no precisamente porque nuestro padre haya cambiado, sino porque nosotros crecemos. En la adolescencia, no lo valoramos en su justa medida, lo juzgamos y nos enfrentamos. Sin embargo, a lo largo de los años, y siendo ya adultos, recuperaremos esa figura heroica de papá. Ya no seguramente por la muñeca que pudo arreglar o por la pelota que recuperó de la terraza vecina, sino porque entendemos cómo nos ha amado y todo lo que ha hecho, o ha querido o ha podido, hacer por nosotros.

Es por ello que, volviendo a la frase del comienzo, ¿qué importa quién fue nuestro papá para el resto del mundo? Importa quién es o ha sido para nosotros, en nuestro corazón, quedó lo mejor de ese hombre, lo más noble, lo más puro, ni más, ni menos que el amor más grande que puede existir. A ese recuerdo amoroso apelarán, al evocarlo, aquellos que no lo tienen, y daremos gracias los que gozamos de la inmensa dicha de tenerlo a nuestro lado. Un hijo siempre necesita al papá, no importa si ya nos atamos los cordones solitos o somos padres nosotros también, el corazón no envejece, la necesidad de amor tampoco. Papá será siempre papá, aunque ya no recupere pelotas perdidas o no se pueda agachar a jugar, haya sido doctor, albañil o vendedor, y, como tal, nos ha brindado todo su amor, ¿importa algo más?

Por Liana Castello

Fuente: http://www.san-pablo.com.ar/rol/
Estoy convencida de que los gritos de los niños cuyas vidas han sido truncadas antes de su nacimiento, hieren los oídos de Dios. Palabras de la Beata Madre Teresa de Calcuta.